La versión de Soderbergh de la célebre novela SOLARIS (que comenté en http://lecturasentrelazadas.blogspot.com.es/2014_08_01_archive.html) introduce un inspirador poema de DYLAN THOMAS como elemento crucial de su perspectiva y así ahonda en el gran debate vital de sus dos protagonistas.
La poderosa dicción del doblador español de George Clooney sobre la imagen perturbadora de Natascha McElhone, en un comienzo y final perfil de azul cósmico (la preocupada "visitante" de Solaris), acotando el rojo pasional de la persona recordada en los instantes previos a su suicidio, mientras toma el libro del poeta y sus "preparados" médicos, eleva la escena a un climax de fuerte significación.
Parece como si el director y/o guionista utilizaran ese poema para centrar su versión cinematográfica precisamente en tal elemento, ajeno pero tan concomitante en su penetración espiritual, lo que también está presente en la aclamada y clásica versión de Andrei Tarkovski donde pretenden asomarse más abstractamente otras temáticas.
Representa la experiencia de la "visitante" de Solaris una vívida segunda oportunidad para recuperar el sentido de una relación amorosa.
Más en su integridad, y en la versión traducida por Elizabeth Azcona Cranwell en campodemaniobras.blogspot.com.es, el poema de DYLAN THOMAS dice así:
Y
la muerte no tendrá dominio.
Los
hombres desnudos han de ser uno solo
con
el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando
sus huesos queden limpios
y
los limpios huesos se dispersen,
ellos
tendrán estrellas en el codo y en el pie;
aunque
se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque
se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque
se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
y
la muerte no tendrá dominio.
Y
la muerte no tendrá dominio.
Los
que hace tiempo yacen
bajo
los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos
de angustia cuando los nervios cedan,
atados
a una rueda no serán destrozados;
la
fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y
habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos
todos los cabos, ellos no estallarán.
Y
la muerte no tendrá dominio.
Y
la muerte no tendrá dominio.
Y
las gaviotas no gritarán en los oídos
ni
romperán las olas sonoras en las playas;
donde
alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante
su cabeza a los embates de la lluvia;
y
aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus
cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán
al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.
Estremecedor debate sentimental que ahonda en las resistencias a nuestra humana escena final que convoca otro conocido poema del mismo autor:
NO
ENTRES DOCILMENTE EN ESA NOCHE QUIETA
No
entres dócilmente en esa noche quieta.
La
vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día;
Rabia,
rabia, contra la agonía de la luz.
Aunque
los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa,
porque
sus palabras no ensartaron relámpagos
no
entran dócilmente en esa noche quieta.
Los
buenos, que tras la última inquietud lloran por ese brillo
con
que sus actos frágiles pudieron danzar en una bahía verde
rabian,
rabian contra la agonía de la luz.
Los
locos que atraparon y cantaron al sol en su carrera
y
aprenden, ya muy tarde, que llenaron de pena su camino
no
entran dócilmente en esa noche quieta.
Los
solemnes, cercanos a la muerte,
que
ven con mirada deslumbrante
cuánto
los ojos ciegos pudieron alegrarse
y
arder como meteoros
rabian,
rabian contra la agonía de la luz.
Y
tú mi padre, allí, en tu triste apogeo
maldice,
bendice, que yo ahora imploro
con
la vehemencia de tus lágrimas.
No
entres dócilmente en esa noche quieta.
Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.
Los poemas se vitalizan convocando otros poemas (de igual traductora) como es el caso del de Allen Ginsberg:
CANCIÓN
El
peso del mundo es el amor.
Debajo
de la carga
de la soledad,
debajo
de la carga
de la insatisfacción
el peso,
el
peso que llevamos
es el amor.
¿Quién
lo puede negar?
En sueños
toca el cuerpo,
en
los pensamientos
construye
un milagro,
en
la imaginación
se angustia
hasta nacer humano-
mira
desde el corazón
ardiendo
de pureza-
porque
el peso del mundo
es el amor,
pero
llevamos la carga
con
agotamiento,
y
así es que debemos descansar
en
los brazos del amor
al
fin,
debemos
descansar en los brazos
del amor.
No
hay descanso
sin amor,
no
hay sueño
sin sueños de amor-
estés
loco o tiritando
obsesionado
con ángeles
o máquinas,
el
último deseo
es amor
-no
puede ser amargo,
no puede negarse,
no
lo podemos retener
si
se niega:
su
carga es demasiado pesada
-debe dar sin recibir
como el pensamiento
se
da en soledad
con
toda la excelencia
de su exceso.
Los
cuerpos cálidos
brillan juntos
en la oscuridad,
la
mano se mueve
al centro
de la carne,
la
piel tiembla
de felicidad
y
el alma viene alegre al ojo-
sí,
sí,
eso es lo que quería,
lo
que siempre quise,
lo
que siempre quise,
regresar
al
cuerpo
en donde nací.
Un regreso corporal a uno mismo y a todo cuanto vivimos en el entorno querido, que aparece "contactado", en un momento de tan humana esperanza de resurrección, por la pareja protagonista de la novela y las películas que evocamos.
Milagro que nada como la poesía convoca vitalmente.
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