viernes, 24 de abril de 2015

ALBIAC Spinoza CONSTANT anamorfosis MARX zibaldone LEOPARDI ruido-silencio ARGULLOL

Desde la búsqueda de complicidades dos perspectivas filosóficas apasionantes se enfrentan en sendos testimonios reveladores de Gabrial Albiac y Rafael Argullol en la CASA DEL LECTOR.


Dos ventanas ante una navegación arriesgada para seguir por vericuetos personales que llenen la existencia, mejor que recurrir a grandes sistemas que abandonan el sentir.


Albiac elegió a Spinoza para demostrar una erudición que pasó por Pascal y sus enseñanzas provocadoras en Port Royal y todo itinerario de lo que entraña la política:


El poder es lo fingido.
-
Artesanía de la imaginación.
-
No hay Rey, hay imagen de Rey.
-
La política es la parte del diablo.


Al terminar la exposición del primer día: ¿que queda de libertad para Spinoza?


Libertad es entender. Conocimiento.
-
Felicidad es libertad de la mente.
-
La razón no desplaza a los afectos
igual que la libertad
no desplaza la servidumbre.
-
La razón interviene
sobre la red determinativa
de los afectos.



Tal y como se expone en su presentación de la CASA DEL LECTOR, la segundo sesión prometía ser más personal y de nuevo fue otro alegato contra las ilusiones de la política, aunque reveló hasta que punto su itinerario de devociones marxistas han acabado reduciéndose a las citas beatíficas del "amor dei intelectualis" de Spinoza.


El sabio considerado en cuanto tal
apenas experimenta
conmociones del ánimo,
sino que, consciente de sí mismo,
de Dios y de las cosas
con arreglo a una cierta
necesidad eterna,
nunca deja de ser, sino que posee
el verdadero contento de ánimo.
(Spinoza, Ética deomostrada
según el orden geométrico,
Parte V, proposición XLII,
traducción de Vidal Peña)

Un estudio que ahí se cita me permitió volver a otro apasionante autor como es Benjamin Constant, cuyas sabias disquisiciones llegaron a enfrentarle nada menos que a Kant, para salir vencedor con atinadas argumentaciones como las siguientes:

Los prejuicios han gozado 
(Bajo las instituciones que existían antes de la Revolución) 
de esta gran ventaja: al ser la base 
de las instituciones se han visto adaptados 
a la vida común por un uso habitual, 
han enlazado estrechamente todas las partes
 de nuestra existencia, 
se han convertido en algo íntimo,
 han penetrado todas nuestras relaciones. 
Y la naturaleza humana, 
que siempre se acomoda a lo que es, 
se ha construido con los prejuicios 
una especie de refugio, 
una suerte de edificio social 
más o menos imperfecto 
pero que al menos le ofrece un asilo. 
Todo hombre, remontando de esta suerte 
desde sus intereses individuales 
a los prejuicios generales, 
se ha atado a estos como a lo que conserva aquellos.
Los principios, que siguen una vía precisamente opuesta, 
han debido de gozar de una suerte totalmente diferente. 
Los principios generales  han llegado los primeros, 
sin vinculación directa con nuestros  intereses 
y en oposición a los prejuicios que protegían a esos. 
Así, han adoptado el doble carácter 
de extranjeros y de enemigos. 
Han sido vistos como cosas 
generales y destructivas; 
los prejuicios, como cosas individuales y preservadoras.
Cuando poseamos instituciones fundadas en principios, 
la idea de destrucción se vinculará a los prejuicios, 
pues entonces serán estos los que ataquen.

Por ejemplo, el principio moral 
que declara ser un deber decir la verdad, 
si alguien lo tomase incondicional y aisladamente, 
tornaría imposible cualquier sociedad. 
Tenemos la prueba de ello en las consecuencias 
muy inmediatas que un filósofo alemán (Kant) 
sacó de este principio, 
yendo hasta el punto de afirmar 
que la mentira dicha a un asesino 
que nos preguntase si acaso 
un amigo nuestro, perseguido por él, 
no se refugiaba en nuestra casa, 
no sería un crimen.

Sólo en virtud de principios intermediarios 
ha podido este principio ser aceptado sin inconvenientes.

Es un deber decir la verdad. 
El concepto de deber es inseparable 
de concepto de derecho.
 Un deber es aquello que corresponde 
en un ser a los derechos del otro. 
Donde no hay ningún derecho 
no hay ningún deber. 
Por consiguiente, decir la verdad es un deber, 
pero solamente en relación 
a quien tiene el derecho a la verdad. 
Ningún hombre, por tanto, tiene derecho 
a la verdad que perjudica a otros


Pero la imagen icónica de esta sesión se centró de nuevo en la política y, a tal efecto, en el cuadro de LOS EMBAJADORES de Hans Holbein El Joven:

                              Hans Holbein el Joven - El Embajadores - Google Art Project.jpg

Y su secreto visual pasa a ser la metáfora de la política: 

Lo que nunca debe
ser visto: el engaño.
(Muerte en el corazón del cuadro)



La célebre calavera anamórfica desvelando cómo se distingue entre lo que puede y no puede verse: esencia de la política.


Contra la salvación en la historia
rodeo hacia Spinoza
para volver a leer a Marx
-
Lectura antidialéctica de Marx.
-
Malentendido del materialismo,
el idealismo exige dialéctica
y finalidad. Las ideas de revolución
trasladan el idealismo hegeliano.
-
Suspensión del sentido.

Cerró, curiosamente, su intervención Albiac con un cita del autor que luego glosaría Argullol, para evocar un célebre CANTO de Leopardi, que así termina:


Y tú, lenta retama, 
que con fragantes hojas 
adornas estos campos desolados, 
también muy pronto a la cruel potencia 
sucumbirás del subterráneo fuego, 
que retornando al sitio 
ya conocido, extenderá su manto 
sobre tus tiernos tallos. Y, rendida, 
inclinarás bajo el terrible peso 
tu inocente cabeza; 
mas hasta entonces no la habrás doblado 
cobardemente suplicando, ante 
el futuro opresor, ni a las estrellas 
la habrás erguido con insano orgullo, 
ni en el desierto, donde 
lugar y nacimiento 
la suerte, no tu gusto, quiso darte; 
pero más sabia y sana 
que el hombre, no has pensado que tus débiles 
retoños, inmortales 
se hayan hecho por ti o por el destino

Pero Argullol abordó su testimonio desde una "complicidad personal" mayor, hasta el punto de confesar que seguía con aquellos autores con los que tras la fascinación juvenil han sabido después retornar desde una comunicación íntima.

Este era el caso para él de Giacomo Loapardi (aunque pensó también al principio convocar a Nietzsche pero creyó que ya otros filósofos lo reivindicarían, como más notorio) pero halló en este menos conocido


Un interlocutor actual.
Con poder actual de interrogación.
Y complicidad intelectual.



Llegó a expresar que Leopardi (1798-1836) dice muchas cosas que luego dirá también Nietzsche, pero 50 años antes.

Calificó a Leopardi de cómplice sólido, también gran seductor (como Nietzsche) pero que también su vuelta al mismo compensa al entenderlo más después en muchos matices.

Como niño enfermizo, Leopardi, creció en soledad y cultivándose en la extensa biblioteca de su padre, de lo que resultó un escritor polifónico  y singular, abordando tres tipos de producciones: sus célebres CANTOS poéticos (por los que es más conocido), unas pequeñas obras morales (diálogos filosóficos de personajes históricos, míticos, cotidianos o espirituales) y unos secretos pensamientos conocidos como Zibaldone (miles de páginas sólo reveladas tras su muerte).



Esta última obra es la que resulta más seductora para Argullol hasta llegar a calificarlo de un vivo recorrido ético, cuyo avance lleva a la construcción del propio carácter, a través de sucesivas reflexiones circulares, de vuelta los pensamientos que se van elaborando con el tiempo.

Explicó Argullol cómo Leopardi va destruyendo las murallas de la consolación:


Primero las de la religión,
como fantasmagoría o ilusión,
que debe atravesar para conocerse
y por ello se abraza a la razón ilustrada.
-
Pero también derriba las de la razón,
igualmente por ilusorias
para refugiarse en La Naturleza
(romanticismo).
-
Cae asimismo la Naturaleza
por su carácter patológico,
para caer en el nihilismo,
en el desnudo "todo es nada",
momento duro de su viaje.
-
Poesía sería la salvación
como afirmación de la vida.
Es necesario un estado
de desesperación 
para gozar de la vida
(6 de julio de 1822).


Ya al final de su primera exposición el debate con el público pasó a la crítica de la sociedad actual para preguntarse:


¿Carecemos de capacidad
para crear valores de ilusión?



La poesía es la revelación
de ese sentimiento de la nada
y, al unísono, su negación o,
de modo más exacto, 
la forma potencialmente
más elevada de ilusionar
al hombre con tal negación.
(Libro reproducido, pág. 78,
a propósito de Lopardi)
-
El hombre está enajenado
de su amor propio,
y esta circunstancia
se muestra como ceguera,
en la mayoría de la humanidad,
o como desesperación
entre aquellos que sí perciben
y tratan de rescatar
el "instinto de vida"
(ob. cit. pág. 75).

Acabó Argullol confesando una particular clasificación de lo que escribe en un espectro que va:


Del SILENCIO:
donde incluye lo poético;
hasta el RUIDO, 
situando aquí los artículos
de opinión en periódicos
(aludió a uno en EL PAIS
titulado VIDA SIN CULTURA);
y entre ambos extremos
sus relatos, novelas y ensayos,
por orden de separación entre
el primero y el segundo.

Aunque dijo no acabar de ser fiel a una categoría estricta, moviéndos entre ambos polos hasta su obra más personal y autobiográfico que sería su VISION DESDE EL FONDO DEL MAR.


Explicó al respecto su particular "método" de abordaje volteando una y otra vez la lupa de su "microspio"o "telescopio" para pasar de lo más íntimo (antes de ser "obsceno" en su etimología de fuera de la escena) a virar hacia lo universal, y cuanto este se acercaba a los abstracto, como separado de la realidad, volver a rotar la lupa en orden a la vuelta a lo vivido.

Desde luego, como seducción personal mi sentimiento de complicidad intelectual se sitúo más con este último y particularmente me ha conducido con pasión a Leopardi, del que casualmente encontré sus DIALOGOS en un preciosa "primera edición para la COLECCIÓN AUSTRAL de ESPASA CALPE, impreso en Argentina el 20 de julio de 1939:


Incluye, por ejemplo, un pequeño DIÁLOGO DE UN VENDEDOR DE CALENDARIOS Y UN TRANSEUNTE que ha sido aludido como antecedente de la idea del eterno retorno de Nietzsche y que algún fin de año habrá que reproducirlo.

¡Larga vida a la confluencia de filosofía y poesía, de cuya cohabitación dependen tantos sentidos!